Y me contó la historia de un muchacho enamorado de una estrella. Adoraba a su estrella junto al mar, tendía sus brazos hacia ella, soñaba con ella y le dirigía todos sus pensamientos. Pero sabía o creía saber, que una estrella no podría ser abrazada por un ser humano. Creía que su destino era amar a una estrella sin esperanza; y sobre esta idea construyó todo un poema vital de renuncia y de sufrimiento silencioso y fiel que habría de purificarle y perfeccionarle. Todos sus sueños se concentraban en la estrella. Una noche estaba de nuevo junto al mar, sobre un acantilado, contemplando la estrella y ardiendo de amor hacia ella. En el momento de mayor pasión dio unos pasos hacia adelante y se lanzó al vacío, a su encuentro. Pero en el instante de tirarse pensó que era imposible y cayó a la playa destrozado. No había sabido amar. Si en el momento de lanzarse hubiera tenido la fuerza de creer firmemente en la realización de su amor, hubiese volado hacia arriba a reunirse con su estrella.

Herman Hesse ("Demian")

lunes, 3 de diciembre de 2012

Seda




Hervé Joncour permaneció inmóvil, con las manos aferradas a los brazos de la poltrona.
-Yo leeré para usted esta carta. Lo haré; y no quiero dinero. Pero quiero una promesa: no vuelva a pedírmelo nunca.
-Se lo prometo, madame Ella lo miró fijo a los ojos.
Después bajó la mirada hacia la primera página de la carta, papel de arroz, tinta negra.

"Mi señor amado  Dijo -no tengas miedo, no te muevas, quédate en silencio, nadie nos verá... Permanece así, te quiero mirar. Yo te he mirado tanto pero no eras para mí, ahora eres para mí..
No te acerques, te lo ruego, quédate como estas, tenemos una noche para nosotros, y quiero mirarte, nunca te había visto así, tu cuerpo para mí, tu piel... Cierra los ojos y acaríciate, te lo ruego."

dijo Madame Blanche.Hervé Joncour escuchaba.

"No abras los ojos si no puedes, y acaríciate..  son tan bellas tus manos... Las he soñado tanto que ahora las quiero ver. Me gusta verlas sobre tu piel, así. Sigue, te lo ruego, no abras los ojos, yo estoy aquí, nadie nos puede ver y yo estoy cerca de ti. Acaríciate señor amado mío, acaricia tu sexo, te lo ruego, despacio".

Ella se detuvo. Continúe, por favor, dijo él-

"Es bella tu mano sobre tu sexo, no te detengas, me gusta mirarla y mirarte, señor amado mío. No abras los ojos, no todavía, no debes tener miedo estoy cerca de ti, ¿me oyes?, estoy aquí. Puedo rozarte, y esta seda, ¿la sientes?, es la seda de mi vestido, no abras los ojos tendrás mi piel. dijo ella, leía despacio, con una voz de mujer niña, tendrás mis labios, cuando te toque por primera vez será con mis labios. Tú no sabrás dónde. En cierto momento sentirás el calor de mis labios, encima. No puedes saber dónde si no abres los ojos. No los abras. Sentirás mi boca donde no sabes, de improviso".

 Él escuchaba inmóvil. Del bolsillo del traje gris asomaba un pañuelo blanco cándido.

"Tal vez sea en tus ojos, apoyaré mi boca sobre los párpados y las cejas, sentirás el calor entrar en tu cabeza, y mis labios en tus ojos. Tal vez sea sobre tu sexo. Aoyaré mis labios allí y los abriré bajando poco a poco."

 Dijo ella. Tenía la cabeza pegada a las hojas, y con una mano se acariciaba el cuello, lentamente.

"Dejaré que tu sexo cierre a medias mi boca, entrando entre mis labios, y empujando mi lengua. Mi saliva bajará por tu piel hasta tu mano, mi beso y tu mano, uno dentro de la otra, sobre tu sexo."

Él escuchaba. Tenía la mirada fija en un marco de plata, colgado en la pared...

"Hasta que al final te bese en el corazón, porque te quiero. Morderé la piel que late sobre tu corazón, porque te quiero. Y con el corazón entre mis labios tú serás mío, de verdad, con mi boca en tu corazón tu serás mío para siempre, y si no me crees abre los ojos señor amado mío y mírame, soy yo, quién podrá borrar jamás este instante que pasa, y este mi cuerpo sin más seda, tus manos que lo tocan, tus ojos que lo miran."

Dijo ella. Se había inclinado hacia la lámpara, la luz daba contra los folios y pasaba a través de su vestido trasparente.

"Tus dedos en mi sexo, tu lengua sobre mis labios, tú que resbalas debajo de mí, tomas mis flancos, me levantas, me dejas deslizar sobre tu sexo, despacio... Quién podrá borrar esto, tú dentro de mí moviéndote con lentitud, tus manos sobre mi rostro, tus dedos en mi boca, el placer en tus ojos, tu voz.... Te mueves con lentitud, pero hasta hacerme daño, mi placer, mi voz..."

Él escuchaba, en determinado momento se volvió a mirarla, la vio, quería bajar los ojos pero no lo consiguió.

"Mi cuerpo sobre el tuyo, tu espalda que me levanta, tus brazos que no me dejan ir, los golpes dentro de mi... Es dulce violencia. Veo tus ojos buscar en los míos...  quieren saber hasta dónde hacerme daño... Hasta donde tú quieras, señor amado mío, no hay fin, no finalizará. ¿Lo ves?, nadie podrá cancelar este instante que pasa. Para siempre echarás la cabeza hacia atrás, gritando, para siempre cerraré los ojos soltando las lágrimas de mis ojos, mi voz dentro de la tuya, tu violencia temiéndome apretada, ya no hay tiempo para huir ni fuerza para resistir, tenía que ser este instante, y en este instante es, créeme, señor amado mío, este instante será, de ahora en adelante, será, hasta el fin..."

 Dijo ella, con un hilo de voz, luego se detuvo. No había más signos sobre la hoja que tenía en la mano: la última. Pero cuando la volteó para dejarla vio en el reverso unas líneas adicionales, tinta negra en el centro de la página blanca. Alzó la mirada hacia Hervé Joncour . Sus ojos la miraban fijamente, y ella entendió que eran ojos bellísimos. Bajó de nuevo la mirada al folio.

"No no veremos más, señor"  Dijo. "Lo que era para nosotros, ya lo hemos hecho y tú lo sabes. Créeme: lo hemos hecho para siempre. Conserva tu vida al margen de mí. Y no dudes ni un segundo, si es útil para tu felicidad, en olvidar a esta mujer que ahora te dice, sin remordimiento, adiós."


Alessandro Baricco (Seda)