Y me contó la historia de un muchacho enamorado de una estrella. Adoraba a su estrella junto al mar, tendía sus brazos hacia ella, soñaba con ella y le dirigía todos sus pensamientos. Pero sabía o creía saber, que una estrella no podría ser abrazada por un ser humano. Creía que su destino era amar a una estrella sin esperanza; y sobre esta idea construyó todo un poema vital de renuncia y de sufrimiento silencioso y fiel que habría de purificarle y perfeccionarle. Todos sus sueños se concentraban en la estrella. Una noche estaba de nuevo junto al mar, sobre un acantilado, contemplando la estrella y ardiendo de amor hacia ella. En el momento de mayor pasión dio unos pasos hacia adelante y se lanzó al vacío, a su encuentro. Pero en el instante de tirarse pensó que era imposible y cayó a la playa destrozado. No había sabido amar. Si en el momento de lanzarse hubiera tenido la fuerza de creer firmemente en la realización de su amor, hubiese volado hacia arriba a reunirse con su estrella.

Herman Hesse ("Demian")

miércoles, 25 de septiembre de 2013

El Principito

¿Qué significa domesticar? 


ENTONCES apareció el zorro: 
-¡Buenos días! -dijo el zorro. 
-¡Buenos días! -respondió cortésmente el principito que se volvió pero no vio nada. 
-Estoy aquí, bajo el manzano -dijo la voz. 




-¿Quién eres tú? -preguntó el principito-. 
¡Qué bonito eres! -Soy un zorro -dijo el zorro. 
-Ven a jugar conmigo -le propuso el principito-, ¡estoy tan triste! 
-No puedo jugar contigo -dijo el zorro-, no estoy domesticado. 
-¡Ah, perdón! -dijo el principito. 
Pero después de una breve reflexión, añadió: 
-¿Qué significa "domesticar"? 
-Tú no eres de aquí -dijo el zorro- ¿qué buscas? 
-Busco a los hombres -le respondió el principito-. ¿Qué significa "domesticar"? 
-Los hombres -dijo el zorro- tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas? 
-No -dijo el principito-. Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"? -volvió a preguntar el principito. 
-Es una cosa ya olvidada -dijo el zorro-, significa "crear lazos... " 
-¿Crear lazos? 
-Efectivamente, verás -dijo el zorro-. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos. Y no te necesito. Tampoco tú tienes necesidad de mí. No soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo... 
-Comienzo a comprender -dijo el principito-. Hay una flor... creo que ella me ha domesticado... 
-Es posible -concedió el zorro-, en la Tierra se ven todo tipo de cosas. 
-¡Oh, no es en la Tierra! -exclamó el principito. 
El zorro pareció intrigado: 
-¿En otro planeta? 
-Sí. 
-¿Hay cazadores en ese planeta? 
-No. 
-¡Qué interesante! ¿Y gallinas? 
-No. 
-Nada es perfecto -suspiró el zorro. Y después volviendo a su idea: 
-Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo. 
El zorro se calló y miró un buen rato al principito: 
-Por favor... domestícame -le dijo. 
-Bien quisiera -le respondió el principito pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas. 
-Sólo se conocen bien las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame! 
-¿Qué debo hacer? -preguntó el principito. 
-Debes tener mucha paciencia -respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca... 




El principito volvió al día siguiente. 
-Hubiera sido mejor -dijo el zorro- que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón... Los ritos son necesarios. 
-¿Qué es un rito? -inquirió el principito.
-Es también algo demasiado olvidado -dijo el zorro-. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los jueves entonces son días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones. 
De esta manera el principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando el día de la partida: 
-¡Ah! -dijo el zorro-, lloraré. 
-Tuya es la culpa -le dijo el principito-, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique...
-Ciertamente -dijo el zorro. 
-¡Y vas a llorar!, -dijo él principito. 
-¡Seguro! 
-No ganas nada. 
-Gano -dijo el zorro- he ganado a causa del color del trigo. 
Y luego añadió: 
-Vete a ver las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un secreto. 
El principito se fue a ver las rosas a las que dijo: 



-No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo. 
Las rosas se sentían molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles: 
-Son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea podrá creer indudablemente que mí rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin. 
Y volvió con el zorro. 
-Adiós -le dijo. 
-Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: Sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos. 
-Lo esencial es invisible para los ojos -repitió el principito para acordarse.
-Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.
-Es el tiempo que yo he perdido con ella... -repitió el principito para recordarlo. 
-Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa... 
-Yo soy responsable de mi rosa... -repitió el principito a fin de recordarlo.

Antoine de Saint-Exupéry

sábado, 7 de septiembre de 2013

Pequeñas Infamias


Tú eres aún muy joven, pero ya te irás dando cuenta de que existen en este mundo muchas personas que han cometido en su vida una pequeña villanía; a ver si me explico bien: un adulterio sin mayor importancia, por ejemplo... una traición... un pequeño robo... quizá incluso algún desliz homosexual muy contrario a las tendencias habituales de esa persona. En otras palabras, un acto del que ellos se avergüenzan pero que es, en realidad, perfectamente perdonable... Lo malo es que muchas veces, más adelante, tal vez años y años más tarde, para que no se descubra esa pequeña infamia, se ven obligados a cometer otra mucho mayor, una gran infamia, ¿me comprendes, querida? Oh, te sorprendería ver lo frecuente que es: yo conozco varios casos así.

Por mencionar alguno, recuerdo el accidente que tuvo lugar en aquella casa allá por el año 82: La visita de la hermana menor de la señora Teldi con su marido. La llegada de unos cuñados de los dueños de casa venidos de España. Ella era hermosa, pero con un aire melancólico, sí, ésa fue la palabra que me vino a la cabeza, triste casi, y su marido, me pareció uno de esos raros ejemplares de hombres bellos que ni siquiera saben que lo son.

La señora Teldi inició un coqueteo con su cuñado que todos notamos desde el primer día. ¡Pero los adulterios se llevaban tan bien en Argentina en aquellas épocas! Resultaba algo habitual y nadie le dio mucha importancia: ni nosotros, ni el marido, nadie... salvo la hermosa traicionada, claro está. "Porque debéis saber, querida mía, que, por fin, un día ella los sorprendió en una de las habitaciones altas de la casa, allí donde nadie subía jamás pues eran cuartos que ya no se usaban...".

Todo esto se lo conté a la chica, que me miraba con ojos como platos. Es curioso, pero los relatos de adulterios siguen fascinando incluso hasta a los jóvenes de hoy en día; ¡a ellos!, que casi todos han vivido ya cantidad de amoríos convencionales, homosexuales, quien sabe si también incestuosos; pero es que los amores lejanos, esos que huelen a secreto y a naftalina, siguen siendo irresistibles. Además, le expliqué con todo lujo de detalles cómo pocas horas más tarde encontramos muerta a la hermana menor de la señora Teldi, "estrellada contra las baldosas del patio trasero de la casa, como si la pobrecilla se hubiera dejado caer silenciosamente, muy silenciosamente, desde esa habitación que presenció su derrota". Después añadí: "Todos pudimos verla con la cara destrozada por el golpe y, sin embargo, en los ojos, nítido aún, el dolor de lo que nunca hubieran querido presenciar."

Las historias entre hermanos siempre son complicadas, no sé si tú eres hija única o no, pero la relación fraternal es algo aparte, convergen tantas y tan viejas cuentas no saldadas: "Esto es mío... tú siempre lo quisiste... no, nunca fue tuyo..." El hermano fuerte y el débil. Siempre es igual, hasta que uno de los dos sale ganando... De todos modos, en esta historia queda claro que la hermana fuerte llevará para siempre el peso de una pequeña infamia, porque una infidelidad pasajera, un tonto devaneo como hay tantos, no habría tenido la menor trascendencia si su hermana no hubiera abierto la puerta de una de las habitaciones altas; pero la muerte tiene la virtud de sobredimensionar hasta el más insignificante de los deslices; pequeñas infamias. Y desde entonces, el cuñado y la hermana sobreviviente habrán tenido que convivir ya para siempre con la imagen de esos ojos acusadores que los miran desde el fondo del patio, la cabeza rota contra las baldosas, y la falda obscenamente arremangada sobre unas piernas tan blancas, tan inocentes, que nunca debieron subir hasta aquella parte de la casa.

Carmen Posadas